Decidí comprarme unas bambas este verano. Es un propósito tan lícito como
cualquier otro. Me fui al centro de Barcelona, con un machete en cada mano para
abrirme paso entre la selva de turistas. Fui de tienda en tienda, cada vez más
sorprendido. Oiga, yo solo quiero
comprarme unas bambas bonitas a un precio razonable, les decía a los
dependientes. Por ahí había unas cuantas New Balance. Algunas eran bonitas, por
lo que preguntaba qué valían. Una
fortuna, señor cliente, me respondían, 130 euros. Hacía cálculos mentales.
¡Cuántas cosas puedo hacer con ese dinero! Así que empecé a mirar a la gente
que llevaba New Balance. Descubrí que eran pretendidamente molones, que hasta
muchos actores de Hollywood las llevaban. Entendí, espabilado como soy, que
llevar unas New Balance significa algo, que eres alguien, que importas, que
eres escuchado y que tu nivel socioeconómico no está mal. Entonces la memoria
me llevó a una tienda de la Gran Vía de hace 26 años. Rutilantes como islas
brillantes en el cielo nocturno, había ahí unas Le Coq Sportif azules. Que eran
las New Balance de entonces. Llenan el saco y le dan la vuelta. Me compré unas
bonitas bambas de otra marca en oferta. Con el diferencial puedo ir a cenar al
McDonalds 13 veces, porque claro, ir a cenar al McDonalds significa ser
moderno, molón y que... Todo queda en la misma casa.
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